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"Alta traición"
Triple Canopy, NY, EUA
https://www.canopycanopycanopy.com/contents/high-treason/#title-page
Videojuego en linea
Curaduría: Alexander Provan
Programación: Emilio Peláez
Música de trailer: Esteban Aldrete (Nicolás-Inframundo)

Para jugar pulsa aqui: https://triplecanopy.itch.io/high-treason

En 1984, el Gobierno de México aprobó una ley que prohíbe la modificación o el uso incorrecto de los símbolos nacionales: la bandera, el escudo y el himno. (La ley también indica cómo y cuándo debe llevarse la banda presidencial). Músicos, artistas, poetas y escritores con frecuencia son denunciados e incluso multados por violar la ley, al menos cuando expresan opiniones que son críticas con el Gobierno. Entretanto, a los mexicanos se les permite producir y se les incita a comprar toda clase de mercancías que llevan estos símbolos impresos, desde águilas doradas de peluche a porta latas de cerveza verdes, blancos y rojos. Estos objetos se exponen de manera especialmente llamativa el 15 de septiembre, fecha en que se celebra el Día de la Independencia de México y el presidente pronuncia el ceremonial “Grito de Independencia” en el Zócalo abarrotado de banderas en la capital.

En respuesta a los esfuerzos que realiza el Gobierno para asegurar que los símbolos nacionales se utilicen únicamente para engrandecer el Estado, Juan Caloca, artista de la Ciudad de México, creó un videojuego, Alta traición, con el programador Emilio Peláez. (La banda sonora del trailer, que aparece en esta página, fue creada por Esteban Aldrete). Alta traición sitúa al jugador dentro de una perturbadora versión del Palacio Nacional, sede de las oficinas del presidente, la Secretaría de Hacienda y los archivos estatales. Al recorrer el Palacio, cuya fachada colonial domina el Zócalo, el jugador es transportado al interior de una red de calabozos subterráneos que funcionan como galerías. El Palacio se presenta como un pabellón nacional irónico, repleto de imágenes y objetos que socavan (y que en muchos casos desfiguran o profanan) los símbolos más sagrados de México…o, al menos, la manipulación que hace de ellos el Gobierno. Son visiones del país tal como es o podría ser, no como al Gobierno le gustaría que se viera.

Hay algo antinatural, incluso siniestro, en la manera en que un gobierno toma el apego sentimental que los conciudadanos tienden a expresarse y lo transforma en una pasión por el Estado, como señala el historiador Eric Hobsbawm en Naciones y nacionalismos desde 1780 (1991). Hobsbawm observa que la “lealtad básica” dictada por el nacionalismo que emergió en Europa en el siglo XIX “no era, paradójicamente, ‘al país’, sino solo a una versión particular del país en cuestión: a una construcción ideológica”. Con el objeto de ganarse la devoción de los ciudadanos, el Gobierno hace uso de banderas, escudos, himnos, así como de una retórica chauvinista y leyes exclusivistas; ordena a los ciudadanos que juren fidelidad no unos a otros, sino a los líderes e instituciones que alegan representarlos. (La bandera y el escudo de armas mexicanas fueron estandarizados y oficialmente establecidos por el presidente Gustavo Díaz Ordaz en 1968, semanas después de que los manifestantes levantaron una pancarta roja y negra en el Zócalo y gritaban: “¡No queremos olimpiadas, queremos revolución!”—y semanas antes de que el ejército masacrara a cientos de estudiantes en la Plaza de Tlatelolco).

Hobsbawm desaconseja la fusión del pueblo y la nación con el Estado, que implica la “homogeneización y estandarización” de los habitantes. Los residentes de México, por ejemplo, podrían haberse autodenominado previamente mexicanos, sin haber tenido que adoptar una identidad que se forjó en los pasillos del poder. La regulación e imposición de esta identidad a través del lenguaje, la educación y demás medios utilizados para amoldar y controlar a los ciudadanos podría encender un “contra-nacionalismo”. Caloca sugiere que esta idea resulta especialmente atractiva para los mexicanos, dada la falta de disposición del Gobierno para ocuparse de los ciudadanos o defender el estado de derecho. Justo después del Día de la Independencia, se cumplió en México el tercer aniversario de la desaparición de cuarenta y tres estudiantes de la Escuela Normal de Ayotzinapa, que se ha convertido en el emblema de la corrupción abyecta del Gobierno y su desdén hacia la justicia. (La Arquitectura Forense creó recientemente una plataforma que presenta evidencia y una reconstrucción del hecho; Triple Canopy publicó una conversación entre el periodista John Gibler y la escritora Gabriela Jauregui sobre el crimen y las estructuras que infligen,y normalizan, la violencia en las poblaciones marginales).

Caloca reunió las imágenes que aparecen en el juego en el marco de la investigación que realiza sobre el uso de los símbolos nacionales mexicanos por parte del Estado y de aquellos que promueven alternativas a la marca oficial de nacionalismo y que fomentan la oposición. El juego incluye imágenes producidas por Anabel Chirino, Jose Emilio Pacheco, Jonathan Hernández y Pablo Sigg, Cristóbal de Villalpando, Enrique Guzmán, Leopoldo Méndez, Smek, Demián Flores, Cagle Cartoons, Canijo Chaneque, Javier Arango, Patricio, Antonio Díaz Soto y Gama, Normalistas de Guerrero, Mexican Jihad, El Deforma, Grupo Mira, Tercerunquinto, Brizno, El Proceso, Cesar Martínez, Marcos Castro, Esteban Aldrete, Aldo Flores, Carolina Caycedo, Miley Cyrus, Paulina Rubio, Leonardo Morales, Tony Furia, Yollotl Alvarado, Pepelipe, Congelada de Uva, Daniel Lezama, Diego Madero, Garo Duran, Hernández, Sergio Witz, Joaquín Segura, Canek Gutiérrez, Leonel Salguero y Trini, Marcos Ramírez Erre, Minerva Cuevas, Nahúm B. Zenil, Rolando de la Rosa, Jazael Olguín, Francis Alÿs, Gabriel Escalante, El Fisgón, Secretaría de la Defensa Nacional, La Jornada, Ejercito Zapatista de Liberacion Nacional, y Steve Greenberg, entre otros. Caloca también incorporó imágenes de la profanación de símbolos nacionales que se publicaron en la red en forma anónima; quisiera expresar su agradecimiento a quienquiera que haya realizado y compartido el registro de esos actos.

—Alexander Provan