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"Cambio de estado (desmembrar, abstraer, desgarrar, penetrar, transmutar)"
PARQUE Galería, CDMX
Exposición individual
Curaduría: Marina Reyes Franco
Fotografías: Ramiro Chaves

En su libro La jaula de la melancolía, Roger Bartra define el carácter nacional como una necesidad política que contribuye a colocar los cimientos de un dispositivo nacional al que debe corresponder la soberanía del Estado mexicano. La propuesta de Bartra de violentar para entender la forma en que se ha interpretado el carácter mexicano es tomada por Juan Caloca en Cambio de estado (desmembrar, abstraer, desgarrar, penetrar, transmutar) como una invitación a transformar la materia para revelar nuevos sentidos y acercamientos críticos sobre aquello que conforma lo nacional.

Las obras de Caloca abordan la vida social y política del país desde una perspectiva crítica y contra oficialista. Sus piezas y acciones performáticas, muchas de ellas realizadas en colaboración, se han interesado por recuperar la memoria histórica a través de señalamientos sobre paralelismos entre pasado y presente político de la nación, y en cuestionar la construcción hegemónica de la identidad nacional y sus símbolos patrios. En 1984, el gobierno mexicano aprobó una ley que prohíbe la modificación o mal uso de la bandera, el escudo, y el himno, asegurándose así de que sólo sean usados para engrandecer al Estado. La veneración ciega a los símbolos patrios congelan la identidad en una visión uniforme, que en el caso mexicano está muy vinculado a un nacionalismo priísta que funciona como mecanismo de control ideológico sobre la sociedad. A lo largo de varios años, y a través de las acciones agrupadas bajo el título Vísceras de la Nación, y las instalaciones, archivos subversivos y el juego de video que se desprende de la investigación Ultrajes a la Nación, se llevaron a cabo varias instancias de lo que el Código Penal Federal denomina como “ultraje a las insignias nacionales.” La totalidad de la obra de Caloca hasta la fecha está marcada por el deseo de poner en entredicho el nacionalismo de la celebración de la independencia, los peores años de la guerra contra el narcotráfico, y la represión sistemática que implica la recientemente aprobada Ley de Seguridad Interior. Su trabajo ha cuestionado el límite de lo legal para darle un nuevo significado a partir de un accionar particular: beber, cantar, archivar, vomitar, desarticular, infiltrar, ondear.

Las obras reunidas en esta exhibición son estudios sobre la deconstrucción de la estética del poder y sus representaciones a través de dos símbolos clave: el escudo y el asta. La bandera ausente es importante porque denota un estado evanescente; un conveniente repliegue voluntario que deja el terreno allanado para que otras fuerzas represoras ocupen su lugar. Si anteriormente Caloca se fijaba en el todo que compone los símbolos patrios, ahora también se fija en el simbolismo de sus partes. Los colores y fragmentos del poder, descontextualizados, adquieren una dimensión casi mística. Las piezas incluidas en Cambio de estado comentan sobre la transmutación de los símbolos y el análisis sensible de lo que puede implicar la deconstrucción de un escudo, una bandera o un asta, más allá de su forma reconocible como representación de poder. A través de la pintura, bordado, instalación, escultura y ambientación, Caloca se ocupa de realizar otra serie de acciones sobre la materia: desmiembra, abstrae, desgarra, penetra y transmuta. De esta manera, parte de la simbología patria vuelve a un estado previo al institucionalizado, incomoda al cuerpo que la experiencia en sala, y cobra nuevas dimensiones atravesadas por los usos populares de varios elementos.

Cada asta tiene su moharra, una punta de lanza que no sólo la convierte en arma, sino que también le da un aire de ser cabeza de serpiente. Precisamente, en Máquina de guerra, el asta se nos presenta como ouroboros; la serpiente que se come a sí misma evoca simbolismos del paso del tiempo y la continuidad de la vida, pero también de eterna lucha sisifeana. Otras esculturas presentan astas penetrando libros del Código Penal Federal y de derecho civil en las dos versiones de El legislo llevado a sus últimas consecuencias, conduce a un Estado infernal, donde el ser humano es un engranaje insignificante del Leviatán en el que se transforma. Cual civilones, las astas enuncian la violencia implícita de la Ley de Seguridad Interior al militarizar las labores policíacas. El Leviatán de Hobbes que argumenta por el poder absoluto de un soberano y un Estado fuerte donde el pueblo renuncia a libertades para sentirse protegido en pos de evitar la guerra de todos contra todos no está muy lejos de los argumentos a favor de la ley. El díptico escultórico Las horas del exterminio (fosa común) consiste de un par de astas convertidas en pico y pala sepulturera. Las cromadas herramientas ceremoniales que acompañan a los gobernantes en cualquier acto oficial inaugurando cualquier obra de infraestructura se revelan como cómplices en la alianza del estado y el ejército en la desaparición de personas en México.

El segundo conjunto de obras actúa sobre el escudo, separando los componentes mínimos que lo conforman. En Futura evanescencia (Altepetl), un vaporizador disemina en sala la contaminada agua del lago de Texcoco y victoriosas gotas de esencia de laurel, creando un espacio sensorial potencialmente asqueroso. El Altepetl que se esfuma no es el prehispánico, sino más bien sirve de comentario al estado político actual de progresivo desvanecimiento del Estado. Una serie de veinte bordados dorados desgarran el escudo —en versión utilizada para monedas, medallas oficiales, sellos, papel oficial y similares— en partes apenas reconocibles, evidenciando así una fragmentación sin posibilidad de reparación. Sin embargo, su título —Big Bang— sugiere la posibilidad de vida más allá de la explosión.

En su prefacio a la Historia de los colores de Malin Brusatin, el filósofo francés Louis Marin escribió que “los colores son aventuras ideológicas en la historia material y cultural de Occidente.” La pieza titular de la exhibición toma los elementos que componen el escudo —tuna, serpiente, agua del lago de Texcoco, obsidiana, caracol, Altepetl, turquesa, encino, águila, laurel, nopal, y jade— y los convierte en materiales que usa para crear los pigmentos utilizados en una serie de doce pinturas monocromas. La escena mítica representada en el escudo con el águila, serpiente en boca, posada sobre un nopal florecido, fue usada por los Mexicas en la época prehispánica, durante la colonia, y luego durante la república, cuando fue enmendada en numerosas ocasiones hasta ser la perfecta representación del mestizaje nacional del oficialismo mexicano. El proceso para realizar Cambio de Estado involucró hacer varias visitas a mercados, contactar a taxidermistas y una geóloga, e ir a lo que queda del lago de Texcoco. Curiosamente, la obsidiana, un cristal negro que siempre fue muy importante en el mundo prehispánico, se tuvo que comprar en el extranjero. Los usos actuales de los componentes del escudo son diversos pero abarcan la cocina, medicina tradicional, brujería, joyería, mientras que otros —la tierra, el agua sucia del lago— son solamente materia. En la pintura colonial andina, lo representativo carga consigo el significado de la propia materia con que se pintó. Es decir, se veneraba a través de las imágenes cristianas, pero lo sagrado era la materia con que se hicieron los polvos de colores. Un conjuro similar ocurre con el escudo en Cambio de Estado que, habiéndosele negado la imagen, opta por una abstracción que se imbuye de poder místico.
Como un conjunto, las piezas sugieren relaciones entre los elementos, la idea de nación y el estado actual del país. Las cosas nunca desaparecen, solo cambian eternamente; la materia no deja de existir, sino que se transforma.